2017

Muero donde nadie ha muerto; donde nadie ha nacido. He llegado aquí a causa de una evolución regresiva: cristales de magnetita se han formado en el laberinto de mi etmoides: trastorno que me hace miembro de una antigua y breve tribu de hombres imantados capaces de leer el mapa magnético de la Tierra. Buda fue parte de esta tribu, se sirvió de la magnetorrecepción para, de entre los miles de árboles que crecen en la región india de Bihar, elegir bajo la sobra de cual se sentaría a meditar; también el pequeño Ismael perteneció a la tribu, se guió por su etmoides para, en el valle central de las montañas de Sarawat, saber el punto exacto donde encontrar agua al cavar. Bajo todo lugar sagrado hay yacimientos de materiales ferromagnéticos: hierro, níquel, cobalto: la Kaaba tiene un meteorito en la parte inferior de la esquina oriental y enterrada en cada templo hindú hay una olla de cobre llena de piedras preciosas, metales, hierbas y tierra: toda peregrinación, todo acto de fe, es un evento magnético. La magnetopografía terrestre está conformada principalmente por cuatro capas: la primera producida por el movimiento del hierro fundido en el núcleo externo de la Tierra, la segunda derivada de los depósitos de minerales máficos que se encuentran en el manto y corteza terrestre, la tercera emana de la infinidad de objetos astronómicos que existen en el cosmos, y la cuarta proviene del interior de cada ser vivo. El magnetismo del núcleo indica al ser magnetorreceptor hacia dónde dirigirse, el del manto y corteza, dónde detenerse, y el cósmico, los tiempos para cada movimiento; por ejemplo, en la migración del colibrí Calíope de las Montañas Rocosas de Canadá al centro de México, el magnetismo cósmico le dice que ha llegado ese día de agosto en el que debe iniciar su vuelo, el del núcleo le dice hacia dónde dirigirse, el de la corteza le indica que ha llegado a la serranía del Ajusco, y gracias a la cuarta capa, sabe en qué rama de qué encino se ha de perchar. Cada punto en el espacio-tiempo tiene su propia huella magnética. Yo, estoy aquí, en ti, en el punto más nórdico del continente antártico, debido a la inevitable atracción de mi etmoides para con este intenso punto magnético. Vivo en la base Henryk Arctowski. Paso mis días rodeado de científicos que necesitan sofisticados equipos para intentar saber lo que a Buda, a Ismael, a Calíope y a mi nos ha sido revelado. Llegué hace poco más de un año. Vengo cada día, más o menos a la misma hora, a este punto en la orilla del mar para cazarte. Soy cazador. Dediqué la primer parte de mi vida a cazar para dar muerte; ahora cazo para perdonarla. Doy y perdono la muerte mediante el saber anticipado de los movimientos de mi presa. Te acecho. Antes de salir de la base, veo varias veces el reloj, intento predecir tu comportamiento, que tu llegada coincida para con la mía: ser tu reflejo. Ayer llegaste antes que yo. El día anterior, no viniste. ¿Dónde anidas? Perteneces a una estirpe polar, un linaje que habiendo tenido su origen en el ártico, cruzó la tierra para formar una colonia en las antípodas y habitar ambos polos. Estratega militar: Movimiento de pinza. En 1947, construí una tienda de paja dentro de un estanque en Milicz. Viví allí. Me volví parte de una comunidad de gaviotas reidoras. Pude ver el cambio en la coloración de sus plumajes. En invierno casi todas blancas, grisáceas del lomo, con la punta de la cola color chocolate, y un pequeño punto, también color chocolate, a cada lado de la cabeza. Con el paso de las estaciones, los pequeños puntos se empezaron a expandir, hasta que, al llegar la noche de San Juan, sus cabezas completas eran color chocolate. En la cabeza de la gaviota reidora está escrita la más antigua táctica militar: el movimiento de pinza. Aníbal supo leer la cabeza de la gaviota y por ello derrotó al ejercito romano en la batalla de Cannas. Tú, págalo, en la manera en que ocupas la Tierra tienes la misma sabiduría militar. Págalo que anidas en ambos polos, págalo que incubas la tierra. Eres margen. Margen del mundo. Llevas al límite la condición marginal del ser ave, de ser canto oculto, presencia camuflada, nido en oquedad. Págalo parásito. Págalo rabero. Págalo pomarino. Págalo grande. Págalo pardo. Págalo de Tristán. Págalo chileno. Págalo antártico. Págalo subantártico. Hace 30 años, en 1949, en Spitsbergen, te percibí por primera vez. No fue tu voz, ni la refracción de la luz sobre tu cuerpo. Fue tu movimiento: el movimiento de la muerte: una ráfaga de aire sobre mi cabeza: el aleteo desesperado de una gaviota tridáctila seguida de tu vuelo llano. De inmediato volteé. Te vi volando entre la orilla del mar y un peñón que en sus grietas anidaba una colonia de tridáctilas. Te vi aletear. Te vi planear. Te vi colocarte sobre la gaviota tridáctila que perseguías. Vi a la gaviota dejarse caer en picada para esquivarte. Te vi seguirla. Te vi darle alcance. Te vi encajarle tus garras en su lomo. Te vi llevarla al mar. Te vi hundirla. Te vi darle muerte. Eres la muerte. La muerte que habita los polos. La muerte que incuba la tierra. Naciste matando. A tu primer víctima la devoraste en el nido. Apenas hubo roto tu hermano el cascarón, le diste muerte. Te he visto robar la cría de un pingüino adelaida. Robar el huevo de un petrel gigante subantártico. Aves que permanecen fijas. Empollando. Protegiendo lo que tienen debajo. Como tú, que empollas la tierra. Pero no estás quieta. ¿O sí? Eres un ave fija. Verdadero punto de Arquímedes. Por ti la Tierra rota. Muerte magnética. Distingo a lo lejos tu silueta: un punto cruzado por una línea, sobre el mar, frente a mí. Movimiento de atracción: haces que la Tierra gire acercándome a ti. De ser punto, pasas a ser mancha, a ser cuerpo, a ser ave. Aceleras de súbito la rotación. Soy una ráfaga de aire que pasa bajo tus garras. Me haces caer: caigo. Me haces voltear: volteo: otra vez eres un punto cruzado por una línea, a lo lejos, atrás de mí. Me levanto. Movimiento de repulsión: giro inverso de la Tierra. Punto. Mancha. Cuerpo. De súbito acelera. Ráfaga de aire. Caigo. Volteo: punto cruzado por una línea. Otra vez más, la atracción magnética que ejerces para con la Tierra me acerca a ti, esta vez, cuando a cuatro palmos estamos, pausas su giro, mueves la Tierra en vertical dejando a tu inmovilidad posada sobre una roca. Caído frente a ti, me atraes. Quedo a tres palmos, a dos. Eres inmensa. Magnetar. Tengo tu rostro a un palmo. Sigues atrayéndome a ti. Siento la punta de tu pico en mi glabela. Sigues atrayéndome a ti.

 

Ave. 

 

Cuerpo. 

 

Mancha. 

 

 

 

Punto inmóvil cruzado por una línea.